Más del 35 por ciento de la población realiza en forma cotidiana una disciplina deportiva comunitaria o federada, lo que impone debatir nuevas políticas de desarrollo e inversión.
Desde un corto tiempo a esta parte se escucha de manera recurrente la definición de que Rosario es la ciudad del deporte. Si bien parece un eslogan de campaña o rótulos emparentados a un marketing de laboratorio, cuando se bucea en los parámetros deportivos, los guarismos no sólo sostienen la definición sino que también la proveen de un sólido fundamento. A tal punto que más del 35 por ciento de la población está atravesado por alguna disciplina deportiva o actividad recreativa.
Rosario contiene el desarrollo de una multiplicidad de proyectos oficiales ejecutados en alrededor de cien lugares, predios deportivos en los que decenas de escuelas y organizaciones no gubernamentales hacen educación física, una red de más de 350 clubes que forjan un lugar de encuentro y contención, gimnasios y los espacios públicos que la ciudadanía hizo propios de manera ejemplar, como lo ratifica la Calle Recreativa que a lo largo de los años ganó en extensión y articulación para responder a la demanda de los vecinos.
Esa amplia base piramidal, que se forjó durante años en los clubes de barrio junto a los espacios en movimiento y polideportivos zonales, le imprimió a Rosario el crecimiento de lo que técnicamente se denomina deporte comunitario, constituyendo esto en los sectores más vulnerables el aprendizaje de una necesaria disciplina individual para alcanzar logros colectivos.
Y más allá de la importante incidencia que tiene el fútbol infantil en este aspecto desde que algunas asociaciones aceptaron priorizar lo lúdico por sobre lo competitivo, en pos de un cambio cultural, hubo un crecimiento exponencial en la práctica del hockey hasta en los sectores más carenciados.
Es esta etapa evolutiva en la que el deporte atraviesa los otros aspectos sociales, porque incluye e integra desde la actividad específica y actúa como plataforma de abordaje para otras problemáticas relacionadas a la salud, seguridad social, cultura y promoción laboral. Como bien lo interpretaron hace años España y Alemania, para citar sólo dos ejemplos.
Esos cimientos del deporte comunitario, donde además de cada club barrial asoman con preponderancia los polideportivos 7 de Septiembre, Garzón, Cristalería, Deliot, Parque Oeste, Las Flores, Emilio Lotuf, Plaza de la Cooperación, Estadio Jorge Newbery, Parque del Mercado, 9 de Julio, Yrigoyen y Saladillo, que son los pilares en los que se apoyó el deporte federado, donde las diferentes disciplinas forjaron referentes de trascendencia nacional e internacional, llevando a Rosario como orgullo de pertenencia, identidad y formación.
Notables referentes
No es casualidad que en cada evento deportivo de magnitud la ciudad tenga representación a través de deportistas, entrenadores, preparadores físicos o médicos especializados. Sería redundante citar a futbolistas, atletas, tenistas, jugadoras y jugadores de hockey, de vóley, básquet, entre otros.
Tampoco es azaroso que Rosario se haya convertido en sede de muchos acontecimientos deportivos de trascendencia, los que a su vez impusieron adecuar y ampliar la infraestructura y la que todavía requiere mayores obras para poder dar respuestas al crecimiento que la sociedad exige. Más cuando miles y miles de rosarinos tienen como rutina a la actividad deportiva.
Postergar al deporte en nombre de otras prioridades es un síntoma de desconocimiento o un escaparate para no debatir la distribución presupuestaria de inversión que establecen los gobiernos, porque nunca incorporaron que invertir en políticas deportivas también redunda en beneficios en salud preventiva, seguridad social, promoción cultural, recreación y turismo.
Por supuesto que en el ámbito deportivo se pueden debatir prioridades, porque habrá voces que sostendrán que antes que un museo del deporte es mejor construir un estadio multipropósito y en ese análisis todo intercambio de opinión es válido.
Y justamente aquí radica la mayor deuda de la política argentina en general, porque pese a las bondades descriptas de lo que representa la puesta en valor del desarrollo merced al deporte, aún no se logra que los gobiernos de los diversos niveles le adjudiquen el rango justo para así poder contar con la autonomía que le permita el crecimiento debido y que la sociedad requiere.
Ideológicamente algunas posturas lo quieren convertir en agencia y otras lo subordinan a distintas áreas como si el deporte fuera una subespecie, propio de posiciones que se resisten a la actualización o revisión de sus posturas.
En este contexto en el cual no se termina de dimensionar la importancia social que adquiere el deporte y que trasciende los encuadres políticos que le adjudican las gestiones, Rosario emerge como «la ciudad del deporte» porque así lo quiso su gente. Haciendo de esto un sello de identidad que la distingue.