Cuando vamos al teatro a presenciar un concierto sinfónico, somos conscientes que todos los detalles hacen al resultado final. La acústica de la sala, la calidad de los músicos, la calidad de los instrumentos, la tarea del director, lo entrenada que está la orquesta (debido a numerosos ensayos sonando juntos), el silencioso respeto del auditorio… y por supuesto, la calidad de la partitura. Todo hace al resultado de la percepción final, a la excelencia de la audición.
Todo eso que vemos como obvio y necesario para construir un excelente resultado musical, generalmente no lo vemos tan obvio en cuanto al funcionamiento de nuestro organismo, siendo que la calidad de la partitura está fuera de discusión. Nuestro diseño biológico viene dando pruebas de maravillosa perfección y elevada capacidad de adaptación, frente a millones de años de desafíos evolutivos.
El poder regenerativo
Nuestro organismo ejecuta maravillosas sinfonías todo el tiempo. Pensemos en un simple corte de un dedo con un cuchillo afilado. ¿Cuántas acciones pone en marcha el cuerpo: simultáneas, coordinadas a la perfección y ejecutadas con destreza? Linfocitos, inmunoglobulinas, cicatrizantes, bactericidas, flujo sanguíneo aumentado, señales de dolor, marcadores inflamatorios (al comienzo) y antiinflamatorios (luego), regeneradores de tejidos, generadores de la “cascarita” protectora, y luego agentes que desprenden dicha “cascarita” preservadora que ha cumplido su fin… En unos días la zona del corte recupera su normalidad, sin que el propietario del cuerpo deba hacer mucho más. Y así viene sucediendo por millones de años, aún en las condiciones ambientales más adversas.
Surgirá por cierto la duda: ¿Y cuándo una herida se infecta? Algo que sucede, claro. Pero ¿es acaso porque hay un error en la partitura, en la dirección de la orquesta o en los intérpretes? Si observamos mejor la escena, veremos que hay detalles alterados. Encontraremos músicos que han sido reemplazados. Sus lugares han sido ocupados por otros músicos, que ejecutan otras partituras. Veremos que los instrumentos están desafinados. Que no hay silencioso respeto en el auditorio. Y que se ha deteriorado la acústica de la sala. O sea, se ha alterado el ambiente.
Es la economía, estúpido…
Corría la década del 90 y en EEUU el presidente Bush tenía niveles de aprobación superiores al 80%. Pero la economía atravesaba una etapa recesiva. Sobre eso centró su estrategia Bill Clinton y así logró la victoria en 1992, haciendo popular la expresión «es la economía, estúpido».
En el ámbito de la salud sucede algo similar. La ortodoxia, basada en el control y la represión farmacológica de síntomas, goza de altos niveles de aprobación. Y en general exhibe una devoción absoluta. Pero los abundantes fracasos y la falta de soluciones y respuestas sustentables, promueve la búsqueda de otras opciones. Que suelen ser tildadas de «alternativas», a modo de descalificación.
Seamos pragmáticos
En realidad y pese a estar «etiquetados» en el bando opuesto, es justo y evolutivo tener una visión pragmática de la situación. No todo lo alternativo es bueno y no todo lo ortodoxo es mejor. No debemos caer en el simplismo del «blanco/negro». ¿Cuánto alternativo suele ser tan o más represor que lo ortodoxo? Amparados en el paraguas de lo «natural», se suelen ver abordajes inconducentes, justamente por no observar el contexto ambiental. Pero mucho más daño se visualiza en el sistema dominante, que funciona dogmáticamente en torno a postulados que tampoco toman en cuenta el contexto. Se suplementan carencias, se manipulan variables, se reprimen mecanismos de homeostasis… todo en un «festival» de visión única y poder dominante.
Volviendo a la expresión de Clinton, ¿cuál es la crisis que nos hace ver la realidad de una manera diferente? Por un lado la falta de respuestas y soluciones: estirar la vida en base a intervencionismo no es sustentable. Y esto ya es aceptado, tanto desde lo ético como desde lo económico. La ética hipocrática quedó en el olvido. El llamado padre de la medicina, priorizaba otros abordajes: educar, trabajar en prevención, promover cambio de hábitos… y recién al final considerar la medicación. Y ante todo, no dañar; el olvidado primum non nocere. Pero por otro lado, y he aquí lo evolutivo, es el «descubrimiento» del «amplio» mundo bacteriano, lo que revoluciona al paradigma dominante. La constatable resistencia microbiana, pone en jaque al sofisticado sistema hospitalario, y es lo que nos obliga a abrir los ojos.
Es el ambiente, hermano…
Resulta imposible sostener la vida sin tomar en cuenta lo ambiental. Está a la vista. En todas las áreas de la actividad humana. La visión mecanicista y reductiva que se hizo dominante tras la revolución industrial. De la mano del control «aséptico» se impuso el dogma que resultaba funcional a un sistema económico y político. Y esto permeó en todas las áreas: agricultura, medicina, finanzas, alimentación… mientras que lo disonante fue descalificado por obsoleto. Pero ahora, los manifiestos fracasos y la respuesta microbiana, se encargan de abrir otra visión, más amplia y evolutiva.
Todo debe verse en un contexto. ¿Cuántas vidas salvamos y a qué precio? Y en proporción, ¿cuántas condenamos por nada? Es algo que está sucediendo todo el tiempo. Nos rasgamos las vestiduras por un centenar de casos de sarampión, pero nos olvidamos los millones de autistas y Downs que se multiplican por doquier. Y es obvio que el análisis resulta sesgado y dirigido por un sistema de intereses que simplemente buscan mantener la posición de poder y control de la situación. A través de entes oficiales y con amplificación de los medios masivos de comunicación, que le son funcionales porque responden a la misma estructura de poder, se lanzan campañas de desprestigio hacia lo alternativo, intentando confundir. «El mayor peligro para la humanidad son los anti-vacunas» o «Advierten sobre los peligros de los alimentos detox», son titulares para nada ingenuos.
La falta de contexto
Ahora bien, en algo coinciden ortodoxos y alternativos. Y es en la limitada visión del contexto. El sistema «oficial» se centra en la represión de síntomas (acidez, presión, colesterol, glucosa, virus, etc) y en la mutilación de áreas del cuerpo mal funcionantes. Por su parte las corrientes «naturales» evitan usar fármacos y recurrir a cirugías, empleando compuestos naturales en su lugar. Pero ambos comparten la reductiva visión sintomatológica de la causa-efecto.
Las bacterias nos marcan el rumbo y nos exigen poner las cosas en contexto. La resistencia microbiana a los antibióticos nos obliga a cuestionarnos la visión reductiva y sesgada. Una infección de Clostridium difficile puede llevar rápidamente a la muerte. Y no hay recurso farmacológico que funcione. Y allí hace irrupción «milagrosa» la bacterioterapia. Mediante el trasplante fecal (materia saludable colocada en el intestino afectado), se controla velozmente la afección, a través de una intervención ambiental.
La visión simplista
Ahora bien. ¿Por qué se llega a la presencia del Clostridium? Y sobre todo ¿por qué la solución llega a través de una escatológica porción de desecho humano? ¿Cuánta sintomatología previa y cuantas variables precedentes, hicieron irrupción en el paciente? Y si abrimos la perspectiva, vemos que lo mismo sucede en otros campos de la actividad humana. La agricultura, por ejemplo, que reproduce el mismo modelo dominante y represivo.
En el contexto simplista de la visión causa/efecto, resultaba atractivo y subyugante, ejercer el poder blandiendo un «remedio» para cada variable fuera de la norma. Así visualizamos las vacunas, los antibióticos y la miríada de principios activos que llegaban, en analogía a los films de Hollywood, como el «séptimo de caballería para salvarnos de los indios». Y nos sentíamos poderosos, con un arsenal disponible para todos los males.
Cuando comenzamos a ver que no todo funcionaba linealmente, como en el cine, vino la revalorización de lo «natural», evitando los efectos secundarios del arsenal químico. Pero si bien los compuestos naturales pueden evitar el daño que provocan los fármacos de síntesis, el problema sigue siendo la visión reductiva y sesgada de la realidad.
El cuerpo armonizando
Ante la necesidad de generar un cambio de hábitos que resulte sustentable en el tiempo, nada más importante que comprender cómo y cuándo comienza la desarmonización en nuestro ambiente corporal. Variados factores transmitidos por los progenitores y el ambiente, generan la respuesta adaptativa, tanto celular como bacteriana, ya en la etapa fetal. Nos referimos a: toxemia ambiental (contaminantes químicos y electromagnéticos), estilo de vida anti natural (respeto de ritmos circadianos, sedentarismo…), alimentación no fisiológica (industrializados y transgénicos omnipresentes), excesiva permeabilidad intestinal, parasitosis internas, estados de acidosis y anaerobia, órganos y fluidos colapsados…
Todo ello pone en marcha los mecanismos de supervivencia básicos. El organismo debe echar mano a los recursos más sencillos, simples y económicos en términos de gasto energético. Representan las primeras líneas defensivas del cuerpo frente a la agresión cotidiana: vómitos, fiebre, diarrea, eccemas (dermatosis), alergias, ganglios activados (amígdalas), empacho (incomprendido rechazo a una nueva ingesta), afecciones de vías respiratorias (tos, mocos)…
La reacción inflamatoria
Frente a estos condicionantes de la función, el organismo pone en marcha su sofisticado y mal comprendido mecanismo de armonización: la reacción inflamatoria. Esta respuesta global requiere mayor presencia de oxígeno, ritmo cardíaco, sangre en circulación, combustión y fiebre. Ello se traduce en fenómenos conocidos y bien visibles: enrojecimiento (por mayor flujo sanguíneo), calor (la temperatura aumenta la eficiencia química), tumefacción (incremento de la porosidad), dolor (reclamo de inmovilización), limpieza (barrido de residuos), reparación (regeneración de tejidos) y defensa (producción de anticuerpos).
A nivel global, la respuesta inflamatoria se aprecia en distintas áreas del cuerpo: intestinos (diarrea), riñones (orina fuerte), pulmón (flemas, gases, tos), piel (sudor, granos, urticaria), hígado (bilis congestionada, grasa hepática)… Y todo comienza con reacciones leves y malestares momentáneos, como puede ser un simple dolor de garganta. Si la situación persiste, la cuestión se percibirá como un padecimiento más serio, el caso de erupciones o catarros congestivos. A largo andar, el organismo debe adaptarse a convivir con este padecimiento sostenido y los cuadros derivan a diagnósticos crónicos, como puede ser una fibromialgia o una artritis. Y ello, con el tiempo desembocará indefectiblemente en una dolencia degenerativa, como puede ser cáncer o esclerosis.
Convivencia con la baja intensidad
La ciencia comienza a considerar esta crónica convivencia del organismo con el desorden ambiental y ya se acuñan términos como inflamación de baja intensidad o embarazo de baja intensidad (cosa que nos retrotrae a la graciosa expresión de estar «un poquito embarazada»). También se habla de hipertensión crónica, resistencia a la insulina y se bautizan con nuevos nombres a las llamadas patologías autoinmunes. ¿Por qué sucede todo esto?
Sigamos la trama: nosotros agredimos al cuerpo, el cuerpo se defiende, y nosotros nos defendemos de los mecanismos defensivos del cuerpo y reprimimos. Usamos anti inflamatorios, anti febriles, anti diarreicos, anti bióticos, anti hipertensivos, pomadas con corticoides, mutilamos estructuras defensivas (amígdalas, apéndice), usamos tónicos para el apetito (a fin de seguir comiendo)…
El cuerpo tiene que sobrevivir y buscará otros caminos para intentarlo. Allí aparecen los modernos diagnósticos de enfermedad autoinmune. Y no es que «el cuerpo se ataca a sí mismo», sino que simplemente intenta sobrevivir y para ello debe inventarse nuevos mecanismos, más sofisticados y costosos en términos energéticos. Y luego de rotular la defensa (psoriasis, fibromialgia, lupus, celiaquía, tiroiditis Hashimoto, artritis reumatoide, fatiga crónica, enfermedad de Crohn, enfermedad de Graves, colitis ulcerosa, intestino irritable, esclerosis múltiple, esclerodermia, diabetes I…), reprimimos con protocolos a los cuales los médicos no pueden resistirse, bajo pena de recibir una demanda por mala praxis.
Cómo rectificar el ambiente corporal
Con todo lo que sabemos, se comprende que debemos armonizar células, bacterias y energía, lo cual representa un gran desafío. Sin embargo nuestros antepasados, por cierto no tan expuestos al desorden, lo percibían como algo sencillo. Comprendían que el cuerpo era capaz de auto regularse, para lo cual bastaría el ayuno. Era la panacea terapéutica de las antiguas escuelas higienistas: para lograr la limpieza del cuerpo y del alma. Se practicaba el reposo, físico y mental.
Todos deberíamos estar afinados y plenos. Debería ser nuestro «natural» estado de normalidad funcional. Es como deberíamos tener afinado nuestro vehículo, cuando decidimos emprender un viaje por la carretera. Pero no todos, aun habiendo comprado el mejor coche, tienen a punto su automóvil a la hora de salir a la autopista. Sin embargo sabemos que es el único modo de «disfrutar» un viaje. Caso contrario lo que haremos es «sufrir» el viaje, rogando a Dios para llegar a destino sin daños.
Proceso Depurativo: para recuperar afinación y plenitud
El sentido de nuestra propuesta basada en los seis andariveles, es justamente brindar una hoja de ruta para transitar el camino de retorno a la normalidad funcional, tanto física como emocional. Sabiendo que todo interactúa y expresa una respuesta adaptativa y homeostática, lo más sencillo es comenzar por el orden fisiológico. A través de la limpieza de órganos, la depuración de fluidos, la rectificación oxigenante, la desparasitación, las pausas digestivas y una nutrición simbiótica, podemos comenzar la tarea con seguridad y eficiencia. Nada de lo propuesto puede dañar, solo servirá para mejorar y recuperar el orden perdido.
Todo opera en ambos niveles: físico y emocional. Nuestros emuntorios básicos son un ejemplo. El intestino sobrecargado expresa tristeza como emoción resultante. El hígado colapsado se manifiesta en ira, violencia, agobio, depresión e irritabilidad. Los riñones en crisis reflejan el miedo como respuesta. Ni que hablar de las influencias emocionales y conductuales, científicamente comprobadas, de nuestro desorden bacteriano y parasitario. ¿Quién no ha experimentado el malestar perceptivo cuando estamos en ambientes carentes de oxígeno o cuando experimentamos un exceso alimentario?
Todo tiene que ver con todo. Y por ello la sugerencia de iniciar con cosas físicas y concretas, que nos permitirán comenzar a ver más claro. Y esta claridad se irá traduciendo en acciones más claras y sanadoras. Una cosa llevará a la otra. Pero como dice el dicho: el viaje comienza por el primer paso.