Multitudinario, aunque no tanto como en épocas mejores, el evento cultural argentino por excelencia abre un espacio virtualmente infinito donde las coordenadas del negocio y el espectáculo aún no logran opacar la trascendencia de lo que está en juego.
Son dos, muy jóvenes, una mujer y un hombre. Están parados junto a la mesa de un stand en la Feria del Libro de Buenos Aires. Y no paran de asombrarse, de dar pequeñas exclamaciones de alegría. ¿La razón de su entusiasmo? Simplemente, lo que está delante de sus ojos: ediciones de Akal y de Siglo XXI España. Maravillas de la filosofía, la historia, las ciencias humanas, publicadas con excelencia y ofrecidas (en la Argentina) a precios astronómicos. Ambos —encantadora, impensada parejita— festejan la mera presencia en el mundo de tales objetos, incuestionables portadores de lucidez y belleza. Porque, como resulta previsible, no tienen suficiente dinero para comprarlos. En la tapa de uno de ellos, el rostro de Walter Benjamin resulta más melancólico que nunca.
La imagen descripta merece ser considerada un signo de los tiempos. Y, también, una hermosa excepción a la regla. Esa regla que marca la entronización frívola del universo virtual, el triunfo implacable de los bookstagrammers, booktubers o bookbloggers, o las multitudes esperando —vacunas— la firma del autor de un texto de autoayuda. La Feria, acontecimiento justamente multitudinario que este año fue, crisis económica de por medio, acaso menos multitudinario, permite sin embargo encontrarse todavía con estampas ajenas al universo mainstream. Al menos, por ahora.
¿Se justifica, entonces, que el cazador de tesoros bibliográficos vaya a nadar en las turbulentas aguas de ese océano? Como siempre, la respuesta depende de la perspectiva: si fuera capaz del ejercicio de la paciencia, si su estado físico (que incluye la vista y la tarjeta de crédito) se lo permitiera y la suerte lo acompañara, tal vez consiga hacerse con algún objeto de su deseo. Pero si se dejara superar por las apariencias o careciera del necesario coraje para enfrentar la marea, se refugiará a beber un café en una espantosa mesa de plástico y dejará que las cosas, simplemente, sigan su curso.
Porque la Feria —no conviene engañarse al respecto— es un hecho cultural masivo por excelencia. Y está bien que así sea. Aunque tal masividad, y es una verdadera pena, se haya erigido al cabo de los años en la razón de Estado perfecta para que los negocios y el espectáculo se adueñen de espacios acaso excesivos.
A tan icónico ámbito se ingresa a través del llamado Pabellón Ocre, el primero que debe recorrerse tras superar la puerta de acceso principal al gigantesco predio de la Rural. Aquellos que lleguen desde la bota santafesina no tendrán que recorrer demasiados metros para descubrir, tal vez asombrados, el stand de su provincia, espacioso, cómodo y bien iluminado. Allí las góndolas exponen parte de la diversidad notable de la producción editorial “de acá”. La lista es heterogénea y no carece de atractivo: por Rosario
aparece una selección de títulos de la Editorial Municipal, sumados a otros de reconocidos sellos como Homo Sapiens, Prohistoria, Laborde, Ciudad Gótica, Beatriz Viterbo o Iván Rosado. Y el paseante desprevenido podrá hojear desde un libro de Martín Prieto que recopila entrevistas a Juan José Saer (Una forma más real que la del mundo) hasta los poemas de Pedro Bollea y Lisandro González (estos últimos, lumbares), haciendo un alto en Ecléctica y santafesina, una nueva cocina para los productos característicos de la región o un monumental volumen dedicado al genial Juan Grela. Después, por qué no, será posible entrar en El Fausto criollo, del gran Fernando Birri. Las mujeres se detendrán, seducidas por el título, ante Maternidad intratable, de Luisina Bourband, publicado por Le Pecore Nere. Y alguna mamá abrirá Rosarinitos, del poeta ex lagrimal trifurca Eduardo D’Anna, que incluye relatos dedicados al público infantil con perspectiva bien nuestra.
La Feria da para todo. Auténtico caleidoscopio, embozado mercado persa, monumento a la heterogeneidad, dentro de su intrincada geografía es posible tropezarse con sorprendentes contrastes. Los cultos religiosos y los stands nacionales ocupan un importante espacio. Entre estos últimos hay que destacar los de Brasil, Uruguay, Chile, Italia o Alemania. También el fútbol tiene su lugar y los fanáticos descubrirán ámbitos dedicados, por ejemplo, a Huracán o Boca Juniors. Este año la estrella invitada fue la ciudad de Barcelona, que tuvo un stand especial de doscientos metros en el pabellón amarillo y envió una delegación integrada nada menos que por setenta autores.
Pero todo esto al cazador no le interesa demasiado. Sorteando madres que aferran con decisión la mano de niños que intentan cumplir varios deseos al mismo tiempo y gambeteando cual puntero izquierdo del fútbol argentino de los años setenta a las mujeres que cargan bolsos llenos de libros de Florencia Bonelli desembarca, aliviado, en el stand de Losada. Allí, la visión de los reeditados clásicos lo reanima un poco. Sin embargo, antes de comenzar la inspección de las tentadoras mesas (que deberá ser meticulosa) se detiene y reflexiona. Ha llegado el momento del primer café.
Uno de los fenómenos de la presente Feria es la importante presencia de las mujeres en su entramado. Ya el discurso de inauguración, que dio la popular antropóloga feminista Rita Segato, marcó la impronta, acorde con la bienvenida apertura de los tiempos. Pruebas al canto, un stand denominado Orgullo y prejuicio, espacio de diversidad sexual y cultura —su nombre homenajea a la gran novela de la británica Jane Austen (1775-1817)— está dedicado a las reivindicaciones de género, sumado al hecho de que los libros dedicados al asunto, como los de la renombrada Judith Butler, han vendido más que bien. Justamente El género en disputa, de esta última, editado por Paidós, lideraba el ranking de los más solicitados, en cuyo tercer puesto también aparecía airosamente ese añejo clásico feminista llamado El segundo sexo, de la mítica Simone de Beauvoir.
Tras un café desabrido, el cazador ya ha recuperado sus energías y logrado, tras una hábil maniobra táctica, infiltrarse en el stand del Fondo de Cultura Económica. La gran compañía de origen mexicano, que abrió rumbos desde su misma gestación en la edición de libros en lengua española y dio a luz colecciones legendarias como los Breviarios y la Popular, no atraviesa por uno de sus mejores momentos históricos. Pese a ello, las banderas no decaen y la calidad de sus productos se mantiene. Nuestro hombre se aferra a un texto del gran crítico francés Paul Bénichou, Los magos románticos, y se dirige con decisión hacia la caja. Después, ya bolsa en mano, se deja arrastrar por la marea.
(La sensación no le es desconocida. Ya ha hecho lo mismo una, diez, cien, mil, ¿cuántas veces? ¿Cuántas ciudades y calles transitó libros en mano? ¿A cuántos bares entró junto con ellos? ¿Cuántas casas llenó y después vació de ellos? Es un engorro, claro. Pesan, molestan, roban libertad. Y sin embargo, son la libertad misma. Libros, el peso luminoso de la vida).
Entra al espacio de otro sello querido, Siglo XXI. Lo reconforta ver a tanta gente curioseando entre las mesas. Sin embargo, oh contradicción, tanta gente es la que le impide moverse con comodidad. Rezonga por dentro y sonríe con melancolía, de inmediato, ante la visión de uno de los tomos de las Obras completas de Carpentier instalado entre las ofertas. Piensa: ¿quién lee, hoy, al notable prosista cubano?
La Feria da para todo, o casi. De pronto, es posible tropezarse con un ámbito dedicado al pensamiento liberal que provoca estupor en aquellos que se formaron en la cultura de izquierda. Libros de Ludwig von Mises y Milton Friedman se alinean prolijamente sobre una mesa, y el cazador queda paralizado. No demasiado lejos, sin embargo, el stand de Capital Intelectual revive sus menguadas esperanzas. Saluda alborozado a un libro de Noam Chomsky. Más tarde, ya reconfortado, ingresará al espacio de Sudestada y se aferrará, como lo haría un náufrago a una tabla, a una biografía de Rodolfo Walsh.
Los datos de venta entregan indicios del presente. En cierto momento el liderazgo le pertenece al audaz Darío Sztajnszrajber, quien intenta resumir (aún se ignora si tuvo éxito) la filosofía en once frases. El gran fenómeno comercial de la Feria, sin embargo, fue el libro de Cristina Fernández de Kirchner, Sinceramente, publicado por la multinacional Random House. También se destacaron otras mujeres, como Claudia Piñeiro y Luciana Peker.
Mientras tanto, y más allá del vértigo de la coyuntura, el cazador ya ha descubierto nuevos oasis. Dentro de la Feria existen espacios abiertos y otros, en cambio, semejan pequeños castillos construidos en el desierto. Uno de estos es la “fortaleza” (así la llama él) de la distribuidora y librería Waldhuter. Allí, en ese sólido bastión construido con vidrio y melamina blanca, una legión de maravillas resiste el embate del dinero y el olvido. Tras una inspección prolija, y suspiros de diversa intensidad emitidos ante la horrible distancia entre su deseo y el precio requerido para satisfacerlo, el cazador huye en busca de nuevos rumbos.
(Al pasar a toda velocidad frente a un estudio radial donde a través de los cristales se puede ver a Alfredo Leuco conversando con Federico Andahazi —trata de no escuchar absolutamente nada—, detecta una escena que le parece reveladora: una joven lectora se dirige sin dudar hacia un libro de Rosa Montero y comienza a hojearlo. Eso la hace ser, aún, más hermosa).
Más allá, ah, los sellos argentinos que privilegian la calidad de los textos y el buen gusto a la hora de editar. Eterna Cadencia, sí. Pero, sobre todo, Adriana Hidalgo, con su sucesión de libros dedicados al gran Giorgio Agamben, uno de los pensadores más hondos y humanos de esta época.
Un stand bien rosarino es el que agrupa las ediciones de Homo Sapiens con las del sello porteño Lugar, también especializado en ciencias humanas. Allí José “Perico” Pérez despliega su habitual dinámica. Describe la situación difícil de la industria del libro y asegura que este es un momento en que se necesita más creatividad que nunca. Está feliz por el éxito de sus colecciones de pedagogía, de proyección nacional y latinoamericana. El diálogo se interrumpe ante la llegada del periodista Horacio Vargas, autor de biografías de Fito Páez y el Negro Fontanarrosa, además de una reciente obra dedicada a la historia de la ciudad que está funcionando muy bien. En un rato, los tres presentaremos en equipo la revista cultural Barullo, recién aparecida. Y como corresponde, los amigos no faltarán.
El cazador está en paz. Por esta vez, ha dado fin a su tarea. Se miente a sí mismo, como siempre, y se dice que ya va a dejar de comprar libros algún día. En lo más íntimo, sin embargo, sabe muy bien que no será así. Que ese antiguo fervor está intacto en él y que el chico que fue una vez, hace ya décadas, en medio de los estantes de Ross, buscando entre los lomos amarillos de la entrañable colección Robin Hood, nunca dejará de ir por nuevos tesoros. Porque los libros —hijos de lo mejor del hombre— son infinitos. Como el amor. Como la fuerza de la vida.