Preguntarse sobre la vigencia, a 50 años de su realización, de La hora de los hornos es ignorar un hecho evidente: sus cuestionamientos seguirán resonando por mucho tiempo. Porque hoy, alejada de la clandestinidad y la censura, no perdió una fibra de su intensidad, urgencia y contundencia, y porque sigue siendo un prodigio formal que desafía al espectador con su conjunción de diversas influencias cinematográficas, con las citas de intelectuales, revolucionarios y políticos que salían al cruce de las ortodoxias ideológicas, y sobre todo con su objetivo constante de romper los límites de su propia proyección, transformando a espectadores en militantes.
En “Neocolonialismo y Violencia”, la primera de las tres partes, la dupla de directores recurre tanto a Eisenstein como al lenguaje publicitario sobre el que Solanas trabajaba con su agencia, aunque obviamente subvirtiendo su mensaje: la película describe de manera cruda y directa las condiciones de vida de las clases bajas a lo largo del país, mientras expone la opulencia y la ideología de la oligarquía, y los elementos de la cultura imperialista que sostienen la colonización moderna y la opresión sobre los más vulnerables. El final, con el plano fijo del Che Guevara, es uno de los más inolvidables de la historia del cine. Quedaba claro que la revolución que proponía el Grupo Cine Liberación era tan política como artística.
Todas las instancias de la película se realizaron clandestinamente, desde el inicio del rodaje en 1965 -con el cuidado de no comentar el proyecto ni filmar las escenas públicamente- hasta la edición. Solanas y el montajista Antonio Ripoll trabajaban durante la madrugada con una moviola que todos los días utilizaba posteriormente el Servicio de Informaciones del Ejército, en los laboratorios Alex. El montaje de las dos partes siguientes se hizo en Roma, y el 2 de junio de 1968 la película se estrenaba en el festival de Pesaro, donde obtuvo el premio principal y la aclamación del público y la crítica. Y mientras el paso de la película por los festivales internacionales seguía siendo triunfal -incluyendo la presencia en la edición 1969 de Cannes-, en Argentina se encontró inmediatamente con la censura, y la primera parte recién pudo ser vista en los cines en 1973, durante la breve gestión de Getino como interventor en el Ente de Calificación Cinematográfica. De todos modos, se estima que durante esos años llegaron a circular clandestinamente cincuenta copias. La versión completa llegaría al estreno comercial en 1989.
La restauración, un proyecto de la Cinemateca y Archivo de la Imagen Nacional, fue realizada en 4K por Gotika a partir del negativo original provisto por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, y supervisada por Solanas.