El ser humano se separa de todo lo que percibe como ajeno al Yo: el Tú; y, desde este momento, el ser humano queda preso en la polaridad.
Su Yo lo ata al mundo de los contrapuntos que no se cifran sólo en el Yo y el Tú, sino también en lo interno y lo externo, mujer y hombre, bien y mal, verdad y mentira, etc.
El ego del individuo le hace imposible percibir, reconocer o imaginar siquiera la unidad o el todo en cualquier forma.
La conciencia lo escinde todo en parejas de contrarios que nos plantea un conflicto porque nos obligan a diferenciar y a decidir.
Nuestro entendimiento no hace otra cosa que desmenuzar la realidad en pedazos más y más pequeños (análisis) y diferenciar entre los pedazos (discernimiento).
Por ello, se dice si a una cosa y, al mismo tiempo, no a su contrario, pues es sabido que «los contrarios se excluyen mutuamente.
Pero con cada no, con cada exclusión, incurrimos en una carencia, y para estar sano hay que estar completo.
Tal vez se aprecie ya lo estrechamente ligado que está el tema enfermedad, salud con la polaridad.
Pero aún podemos ser más categóricos: enfermedad es polaridad, curación es superación de la polaridad. Más allá de la polaridad en la que nosotros, como individuos, nos encontramos inmersos, está la unidad, el Uno que todo lo abarca, en el que se aúnan los contrarios.
Este ámbito del ser se llama también el Todo porque todo lo abarca, y nada puede existir fuera de esta unidad, de este Todo.
En la unidad no hay cambio ni transformación ni evolución, porque la unidad no está sometida al tiempo ni al espacio.
La Unidad Todo, está en reposo permanente, es el Ser puro, sin forma ni actividad. Llama la atención que todas las definiciones de la unidad hallan de ser planteadas en negativo: sin tiempo, sin espacio, sin cambio, sin límite.
Fragmentos de «La Enfermedad como camino»