Las emociones son el factor que más altera la cantidad de comida que ingerimos
Uno de los recursos que más usamos para bloquear emociones no agradables, es la comida. Al estar la comida tan disponible y a la vez no tan mal considerada como otros habituales reguladores del estado de ánimo (alcohol, cigarrillos, drogas), la utilizamos muchas veces a pesar de las ya sabidas consecuencias.
La consecuencia menos conocida es que la emoción como guía de problemas a resolver ha quedado tapada por el acto de comer, de modo que nada cambia. Por el otro lado, como la comida nos aporta una dosis de tranquilidad, al rato buscaremos otra dosis extra. Al final habremos engordado.
En las últimas décadas, una cantidad creciente de estudios vienen demostrando que los déficits principales en los desordenes de la conducta alimentaria (obesidad, bulimia, atracones) están caracterizados por déficit en la autorregulación en la ingestión de alimentos y en el manejo de las emociones.
El trastorno de la autorregulación de la ingesta de alimentos está vinculado a una dificultad en reconocer las señales corporales de hambre y de saciedad, además de discernir esas señales, de señales en el cuerpo de una emoción determinada.
El trastorno en la regulación de la conducta alimentaria muestra un déficit a la hora de identificar, gestionar y utilizar de forma adaptativa las emociones.
Muchos estudios demuestran que los obesos ignoran sus propias señales fisiológicas internas y que regulan lo que comen en función de las señales exteriores y sus estados emocionales. Algunos individuos responden más a las señales del entorno donde viven, que a las propias sensaciones internas de hambre y saciedad.
Es así que pueden reconocerse diferentes desencadenantes que nos llevan a comer aún sin sentir hambre verdadero, que se los puede distinguir como disparadores físicos: (comer por estar cansado, comer por tener sed, por estar con dolor); desencadenantes emocionales: (comer por estrés, angustia, soledad, aburrimiento o bien felicidad); culturales: (es la hora de almorzar y es costumbre sentarse a la mesa a comer); ambientales (la publicidad que te incita a probar alimentos, reuniones de trabajo donde hay comida tentadora), entre otros.
Utilizamos entonces la comida para regular emociones. Es algo que hemos aprendido a utilizarlo desde chicos: no es que necesitamos nutrientes, es nuestra manera de calmarnos, de volver a sentirnos seguros.
– Entrenamiento
Lograr que las emociones no sean un impedimento, sino, por el contrario, una ayuda, requiere que modifiquemos nuestra forma de relacionarnos con ellas. La comprensión de las emociones, tanto en los otros como en nosotros mismos, es lo que nos va a permitir desarrollar la habilidad de convertirlas en un aliado, en lugar de sufrirlas como un enemigo.
Las prácticas antiestrés son una de las herramientas más útiles para reconocer este comer emocional. Para disminuir la ingesta por estrés es importante intentar reconocer que motiva a comer: ¿Hambre real o tristeza?.
Durante la práctica de la meditación mindfulness las emociones y sentimientos hacen su aparición de manera espontánea. Las emociones se hacen conscientes (incluso las emociones pertenecientes a un pasado lejano, que creíamos totalmente olvidadas) y, conforme van apareciendo, aprendemos a manejar positivamente esa energía que aflora.
Si se necesita de un paquete entero de galletitas dulces para aplacar la ansiedad, es hora de analizar otras fuentes de bienestar que puedan ayudar. Si logramos la transformación y el encauzamiento de la energía de las emociones, seremos capaces de articular una respuesta integradora y apropiada a la situación que la originó.
– Practicar y darse cuenta
A los nutricionistas les resulta muy útil pedirles a los pacientes que se tomen el compromiso de completar un registro diario de alimentos, donde hay que anotar todo (¡todo!) lo que ingieren por el lapso de unos días:
– Escriba durante un periodo de tiempo, cada día, en un cuaderno, todo lo que coma
– Y seguido en la misma altura en la otra hoja: como me sentía emocionalmente en ese momento
– No releer. Luego de un tiempo, léalo y se dará cuenta de que los días que comía un determinado alimento, o si se excedía en la cantidad del mismo, se repetía un estado emocional determinado
– Ahora piense y conteste sobre usted…
¿Es habitual que se encuentre comiendo sin pensarlo, sin prestar atención a lo que está comiendo y cuánto está comiendo?
¿Puede distinguir el hambre real del hambre emocional?
¿Ha notado una mejoría en su salud logrando una relación más consciente y saludable con sus alimentos?